Mi abuelo no era de Castilla, era de Aoiz, pero fue a él a la última persona que escuché decir alguna palabra que aparece en este libro y mi abuelo murió en el ’92. Leer a Delibes es volver a casa. Es oler la madera y la hierba mojada y no hay nadie, absolutamente nadie mejor que él escribiendo y describiendo en lengua castellana la tierra, el cielo, los pueblos y las almas que los ocupan. Era maestro de artesanos y volver a él con esta edición me ha emocionado hasta las trancas. Y no, no conozco el significado exacto de muchas de sus palabras de campo, pero las desmigo y saboreo como la que más, ya no hay nada que suene igual que esas palabras dichas y dispuestas así, como hacía él, en ningún otro papel del mundo. Las fotografías de José Manuel Navia nos traen lo que queda de aquella tierra y aquellos pueblos. Volamos de las antiguas palabras de Delibes a las nuevas imágenes de Navia y el resultado es un viaje en el tiempo. El texto que nos ocupa es en realidad «Viejas historias de Castilla la Vieja», rebautizado para la ocasión, y en él la voz narradora de un Isidoro reflexiona, recuerda, escapa de y vuelve a su pueblo, y con él cerramos los ojos y vemos, olemos y tocamos la Castilla de Delibes, la que más queremos.
Recomendación: a cualquiera.
Foto cabecera: José Manuel Navia. Madrigal de las Altas Torres, 1982. Fuente: www.jmnavia.blogspot.com.es
Desmigar y saborear. No es mala definición para el acto de leer. Hace nada leí El disputado voto del señor Cayo y de nuevo volví a emocionarme con la prosa de Delibes. En el colegio leíamos El camino por obligación, ahora, por devoción.
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