Volver a leer a Delibes es como si encontráramos una mesa de roble, tallada, cepillada y barnizada a mano, con olorico a infancia, en mitad de un Ikea. Miraríamos a ambos lados, nerviosos, pensando, Dios, alguien se ha equivocado, esto es imposible que esté aquí. Y es que leemos tanta mediocridad que cuando nos echamos a los ojos a un maestro casi nos tiembla el párpado. Lo grande de Delibes, y sus escasos pares, es que prácticamente da igual el tema que desarrollen, (daría igual que la mesa fuese una silla, pitaría igual) su manejo artesanal de la lengua está ahí, contándonos la historia que toque. En este caso Don Miguel nos habla de su bicicleta, de su aprendizaje, de sus carreras adolescentes, de sus descensos veraniegos, de sus hijos peladeando. De su miedo y su fortaleza. Y da igual. Da igual que yo no sepa andar en bici y que el ciclismo me la traiga -literalmente- al pairo. Da igual. Me he emocionado viva con ese final fabulosamente delibesiano y con volver a tocar ese vocabulario añejo y ese contar llano imposible de copiar ni con mil Ikeas.
Recoemendación: a gustosos de delicatessen y alta gastronomía literaria. De forma secundaria: a aficionados al ciclismo.
NOTA DE PRÉSTAMO: Edición ilustrada PRE-CIO-SA de Ken (y van…) a 12€ que se amortiza ampliamente.
Un genio al que hay que volver siempre, desde lo local para el mundo. Sobredosis de buena literatura independientemente del tema que trate. Un orfebre de la lengua. No conocía este título, me lo anoto. Suerte con la aventura librera.
Quique
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¡Gracias Quique!
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