Harry Potter y la piedra filosofal, de J. K. Rowling

He aquí la madre de todas mis autoras (vivas) pendientes. Deuda saldada. Y por algo estamos ante la reina de la barraca infanto-juvenil moderna. Lo que hace Rowling en cuanto a creación de universo mágico es de primera división narrativa, para qué negarlo. Uno de sus recursos es el detalle (sin empalagar con descripciones soporíferas, ojo, inventa iconografía, rituales, deporte… ingredientes todos para apoyar la construcción del universo hogwartiano ); otro la creación de un lenguaje propio (que se une al del espacio) y por último, lo que más me ha sorprendido: la bibliofilia que rezuma todo el libro. Presencia muy poderosa. Los libros son el Google de los protagonistas, (como era de hecho en el mundo real hasta hace dos días), además de refugio, entretenimiento y deber (por las tareas y el estudio que les mandan a los críos) y yo no dejaba de saborear cada referencia (y está plagado de ellas) a manuales, autores y bibliotecas. La trama se asienta en un misterio de primero de intriga pero que funciona perfectamente. Así que se ha quedado buena tarde para decir que la lectura de mi primer Harry Potter – en la edición maravillosamente ilustrada por Jim Kay- ha sido una verdadera delicia.

Recomendación: a gustosos de libros de fantasía, juveniles y de aventuras de cinco tenedores.

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