Vais a pensar que para no gustarme el comentario poético últimamente estoy sembrada. Siempre he tenido la sensación de que el haiku está tan ligado a su lengua y cultura originaria que resulta casi imposible que no se nos quede a los peninsulares ibéricos cara de pasmo crepuscular ante traducciones tipo «Llueve. Cae una hoja». El haiku -que tiene sus requisitos formales- contiene las sensaciones que provoca la contemplación de la naturaleza. Y por aquí no somos tanto de contemplar. Leí que los compañeros de Soseki en Oxford se partieron la caja de él cuando les invitó a su casa a… ver nevar (algo muy delicado y educado en su tierra). El choque cultural no estaba servido, le explotó en la cara. El haiku, además, viene de una lengua con la que en un dibujo atomizan varios significados. Amalgaman sensaciones con pinceles y cuanto más breve es la cosa, más puntos ganas en la escala de delicadeza japonesa. Nosotros somos de alejandrinos, romances eternos y sonetos varios. Para evitar esta casi impepinable sensación de décalage cultural Bassas tira de metáforas y juegos de palabras. (La métrica ya tal). Y yo digo que resuelve con gracia. De la naturaleza y el tiempo está hecho el haiku original así que cruza ambos temas con formatos (esos juegos y metáforas) más autóctonos y el experimento funciona. Consigue al menos que no acabemos con cara de pasmo.
Recomendación: a gustosos de experimentos con haikus castizos.
Notica sobre el jisei: El jisei, no. No emociona. (El jisei es el poema de despedida de la vida que escribían antes de morir los samuráis, los monjes, los escritores.) Si queréis leer canela en rama a este respecto os recomiendo el libro de Yoel Hoffmann «Poemas japoneses a la muerte». Y si no os emocionáis con eso, igual es el momento de pasar de la poesía japonesa, sin acritud.
Foto: leersinprisa.com