Leer un clásico tiene estas cosas: que te enganchas con una historia de supercherías transilvanas, condes misteriosos y valientes guardabosques y de repente no puedes cerrar el libro porque estás perdida en una aldea rumana del XIX y no quieres salir de ahí. Que te manden víveres si eso. Libro de aventuras paradigmático con ese toque tecnológico verniano que Julio no podía ni quería evitar (ni falta que hacía) y que he gozado cual adolescente con móvil nuevo. Gran reencuentro con uno de los máximos culpables de todo lo que he leído desde los 14 años. Gracias, maestro.
Recomendación: a quien quiera gozar con un clásico.
Yo lo leí con 14 años, queriendo acabarme el Señor de los Anillos para empezarlo. Su portada era tremendamente sugerente.
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