Los lugares y el polvo, de Roberto Peregalli

Peregalli desmenuza la capa de polvo que se lía en una repisa hasta montar un tratado de estética con los mimbres de la luz, la oscuridad, los ornamentos y las sombras; pero sobre todo con el tiempo y la belleza de ver cómo se materializa en una fachada desconchada o cómo se cocinan unas buenas ruinas, a tiempo lento. En este punto voy a salirme de la previsible exaltación del libro para confesar que en un momento dado leí unas páginas con dos (u tres) vinos puestos, algo que reconozco no haber hecho nunca antes. Al día siguiente descubrí los comentarios que yo misma había escrito por los márgenes. Helos aquí: «Peregalli amargado. Nunca ve cosas positivas en la modernidad» (pág 67); «Tó alegrías»( pág74) y así sucesivamente. Está claro que en plena exaltación etílica me molestaba el lloriqueo del italiano por cualquier época pasada. Y risas del día siguiente a parte, me queda esa sensación de que o bien Roberto nació en el siglo equivocado o bien la humanidad no tiene ningún tipo de solución: las habitaciones no son lo que eran, las plazas de ahora son asépticas, los museos ya no son como el Hermitage y vamos estresados y alienados a todos lados. Que probablemente sea cierto, pero elijo pensar que Peregalli tenía que haber nacido a principios del s. XIX. Dicho todo esto, aquí tenemos una magnífica profundización en cuestiones estéticas y, como decía el librero, éticas, o acaso ambas, ya que parecen una misma cosa.

Recomendación: a gustosos de reflexión sobre estética arquitectónica y enamorados del ayer.

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