Por norma el monólogo interior, así, con sus digresiones, sus evocaciones y en modo chorreo, se me atraganta. Me resulta soporífero. Dame párrafos por lo menos. Huyo de él como de la tortilla de patata sin cebolla. Pero llega Michon y se salta -con elegante pértiga- mis usos y costumbres. Esta es la historia de un deseo. Es la historia del motor que rige el mundo desde que el hombre pisa la tierra, de ahí la conexión con Lascaux que andamia la novela. Y el único adjetivo que atinaría a describirla con justicia es «voluptuosa». Por otro lado, Michon borda lo más difícil, el arte de decir con otras palabras, las que otros no han usado todavía, aquello contado millones de veces. Vete y cuéntanos una historia de deseo como lo hace Michon y luego, si eso, vuelve. Yo hubiese seguido leyendo doscientas páginas más perdida en ese fuego.
Recomendación: a gustosos de novela pata negra, acaba de salirle un compañero a Quignard en mi podio de letras francesas.
Foto cabecera: elespanol.com


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