Hay una foto en casa, de los años ’70, en la que aparece mi hermana con sus rollizos cuatro añicos tumbada en una piscina circular para infantes del Club Amaya con unos tres dedos de agua. Lo justo le cubría la superficie de las lorzas. Mi madre la tenía allí a remojo porque ninguna de las dos sabía nadar. Por usar una metáfora campestre, la profundidad de la historia de este libro es equivalente a la de aquella piscina y mi hermana simbolizaría la publicidad del libro y del autor, salvando las enormes distancias y la felicidad absoluta y oronda de mi pariente, claro está. Una chica noruega que vive en el Polo Norte y que jamás ha salido de allí está harta de su vida de aduanera supervisando cargueros rusos. Se casa sin querer, pero igual sí le quiere, pero él quiere a su hijo, que es de otro. Pero no sé. Él le miente, ella se deprime, se tira a un amigo, va a París, se tira a un danés, pero tampoco sabe. A veces llora. En el camino de vuelta a casa conoce a tres suecas. Al final -tremendo spoiler- acaba en Tromso, donde estuvieron una vez mis padres y me contaron que los escaparates tenían calefacción hacia la acera para que algún ser humano pudiese parar unos segundos a mirar los productos. Así de cálida te deja la lectura de este libro. Una y no más, Peter Stamm.
Recomendación: a gustosos de rollos de pareja a la escandinava con nieve por un tubo y no sé si me encuentro a mí misma.
Pues vaya. Yo leí «Siete años» y me chifló. Y pensaba repetir, pero ahora no sé yo….. Tu exlibrero.
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Dale, dale, Mikel, y luego me cuentas.
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