
Hay cosas que pasan una vez en la vida, como estar de acuerdo con algo que dijo Borges. Y he aquí el caso. No sé si es el clasismo literario que sitúa ciertos géneros (Vgr. ciencia-ficción, fantasía) un escalón por debajo de no se sabe dónde o el daño que hizo a este título el programa de Sardá, pero despachar esta obra maestra con un quítame-de-ahí–esta-fricada es de (muy) zopencos. Estas crónicas dejan a cualquier otro libro de ciencia-ficción, o de cualquier otro género, a la altura de un cuadernillo de Rubio. Estando más cerca de la distopía (si no fuera por el maravilloso paisaje marciano y el tiempo narrado) Bradbury utiliza esta tierra ignota para sacudir mandobles como panes a la propia humanidad en general y a sus conciudadanos estadounidenses en particular. El imperialismo, el consumismo, la ecología, la religión, la guerra, la censura ideológica: todo lo exportamos allá donde vayamos. Somos una plaga. También hay episodios brutales de duelo y pérdida, reivindicación de la literatura fantástica (y la imaginación), descripciones líricas y sensoriales que te encojen el alma, anticipación de la domótica y frases para hacerte camisetas. Lo tiene todo por el mismo precio. Gora Bradbury hasta el infinito y más allá… de Marte o de Orión.
Recomendación: a cualquiera. ¿Por qué perderse esto?


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