«Es que tengo dos exámenes» decía yo con aire de víctima antes de salir de casa al instituto o a la universidad. «¿Y qué es eso para ti?», decía mi madre, «¡A por ellos!», gritaba abriendo los brazos; y yo siempre contestaba en tono de letanía: «que son pocos y cobardes». Era la forma de espolear a su hija, bastante vaga en el estudio, todo sea dicho, quien a continuación arrastraba los pies hacia la puerta de salida como quien fuese al cadalso. Y la broma que se convirtió en santo y seña familiar ayer me sonó a profanación, claro, al tiempo que me venían a la cabeza sólo libros. Una retahíla de buenos libros contando nuestras miserias, ninguna lectura complaciente, pero todas necesarias. Pensé por ejemplo en Ramón J. Sender y su «Réquiem»; en Manuel Rivas y su «Lengua de las mariposas», en «Los girasoles ciegos» de Méndez y, como siempre, en el «proverbial» Don Antonio. La náusea que me acompaña desde hace días es oficialmente sartriana. Y no entiendo. No entiendo la inquina ni las chorradas. No entiendo mi vida sin la ciudad en la que me crié (Barcelona) ni la ciudad en la que nací (Pamplona), igual que no la entiendo sin una azotea de Bilbao, un pub de Balbriggan o el comedor de San Miguel de Aralar (y me paso por el arco del triunfo en qué lado de qué mapa caigan) y no entiendo que se odie a personas de todos esos lugares o a mí misma por un titular o un trapo, que se abran sacos etiquetados enormes y se metan dentro a millones de personas; que no se vea la podredumbre ética de los dirigentes de este país desde un pueblo de Murcia o desde un bar de Ablitas cuando se ve desde el Meteosat; no entiendo que no se entienda que alguien quiera votar, independientemente de lo que vote después y de si ese voto coincidirá o no con el mío. No sé qué coño está pasando aquí pero sí sé que no leemos lo suficiente. Que hay que leer más.

Foto cabecera: Tanque del argentino Raúl Lemesoff, bautizado como «Arma de instrucción masiva». (Enlace)