Alvia procedente de Barcelona destino Gijón. A los cinco minutos de salir de la estación de Pamplona aparece el cadáver de un músico de jazz con las pelotas necrosadas. O algo así. Música de bachata. El inspector Leo Caldas se hace cargo del marrón. Sintonía Samsung. El ayudante aragonés ya nos cae bien porque anda zurrando a todos los interrogados, exactamente lo que estamos empezando a desear hacer nosotros con medio vagón. ¡¡Mamá, sí, te llamo al llegar a León!!. La trama no resulta compleja, al contrario, bastante trillada, tiene aire de hamburguesa trotera. Sonido de vídeo con chiste zafio. A la altura de Uharte Arakil quiero matar -muy despacio- a mi compañera de asiento y lo de necrosarle algo me parece ya una idea excelente. No hará falta inspector Caldas porque cuando acabe gritaré ¡¡HE SIDO YO!! como si hubiese ganado la Champions y sé que una multitud de pasajeros me aplaudirá entre lágrimas de agradecimiento. Suspiro. Sigo leyendo y cuando Caldas se sienta a la mesa huele a Camilleri que mata. Matar. Sí. Toso. Resoplo. Relincho. Le dedico miradas del averno. Ni se inmuta, la tía. Permanezco unos cinco minutos cinco clavándole los ojos con mi móvil en la mano. Pudo entender «Ya te vale con el puto móvil» o bien «Mira qué grande, a que te lo parto en la cabeza», el caso es que algo entendió. Silencio. A la altura de León finiquito estos ojos de agua y ataco el siguiente de Villar sin haber cometido ningún delito. Satisfacción.
Recomendación: a gustosos de novela negra trotera, con algo de humor y trama manida. Originalidad: 4/10. Capacidad de evasión testada en tren: 8/10.
Foto cabecera: RTVE.