Como hooligan literaria que soy, me pego a la pantalla del ordenador a las 12.59 con nervios, como otros viven la final de Roland Garros o el último partido de la Final Four. Sólo me falta una bufanda. No, no me he leído todos los Nobel; sí, creo que apenas hay mujeres premiadas y sí, probablemente haya un magreo de intereses considerable en su cocción, pero una forofa es una forofa y las carcajadas de esta mañana no se pagan con nada. Atrás quedan los cabreos que me agarré al escuchar los nombres del insulso Modiano y la soporífera Munro, por ejemplo. Siempre me queda la esperanza de que se lo den a Cormac antes de que palme por el simple hecho de ratificarme en mi propia salsa. Hoy me he alegrado por el premiado y por cómo se ha puesto el patio, con su postureo y su canesú, con su Delillo y su Murakami y su «el año que viene el Nobel de química es para Breaking Bad». Y sí, Roth se lo curra como un jabato pero no emociona a servidora, no me acojona como lo hizo la Atwood, no te hace sentir el mal, el puro y simple mal -ay, esa literatura cruel de Ovejero- como cuando McCarthy te lo pone en los morros y el alma se te arruga como una pasa. Me he reído también por los que aún aceptaron como animal de compañía, ladeando el cuello, a una periodista el año pasado, o por el académico que se largó del jurado diciendo que lo de Jelinek «no era literatura». Ya estamos, ¿qué es literatura? dices mientras clavas en mi muro tu tuit envenenado… pues si se trata de sentir a través de las palabras, ninguno de ellos ha hecho sentir tanto a tanta gente como un poeta que pone música a sus versos (como se hace desde siglos atrás en decenas de culturas), ninguno de la terna y las quinielas ha conseguido que yo baje las ventanillas de un coche y cante a grito pelado ¿¿Qué se siente?? ¿¿Qué se siente al estar solo??. Eso lo ha conseguido un trovador. Igual por eso se lo han dado.