
La que se ha liado con este bodrio de artículo de El País. A la macedonia de frutas esta que te mezcla a Wilde, Fitzgerald, Auster y Mañas, entre otros, con ese párrafo de arranque para el olvido, han respondido por la red con enumeraciones alternativas donde metían a Virginia Woolf y a Carmen Laforet, para contrarrestar. Sí, no hay rastro de mujeres, de ensayo, de poesía, de fantasía, novela negra, histórica o de ciencia-ficción… que se ha cubierto de gloria la señora, vamos. Otro aparecía indignado en Twitter por la ofensa al «Lolita» -a mí me molesta la mojigatería que hay detrás… y que hayan incluido a Murakami y a Auster, pero esa es mi pedrada- y protestando por el apoyo al «El guardián entre el centeno» (yo sí le daría a mi hijo «El guardián», de hecho ya lo había pensado), y -aquí sí estoy totalmente de acuerdo- recomendaba el tuitero, sobre todo, no leer «El País». Empezamos ya muy mal con el título «15 libros que tu hijo adolescente DEBE leer (aunque tú desearías que no)». Este titular entronca con una de las principales costumbres ibéricas: sentar cátedra y decirle al personal lo que hay que leer. Los adolescentes están (porque nosotros lo estábamos, porque el planeta Tierra es redondo y llueve hacia abajo, etc.) hasta la peineta de que les digan lo que tienen que leer/hacer, seamos realistas. A mi hijo le sugiero lecturas, algunas mías, otras que no conozco, pero me conformo con que lea. El objetivo en este momento es que siga leyendo y os aseguro que Nintendo lo pone lo suficientemente jodido como para que yo me ponga exquisita enchufándole a Cortázar por pelotas. He reservado libros -que los guardo- de mi época adolescente por si se arranca, pero lo que más le gusta oír es la historia de cómo averigüé que lo mío no era la literatura de terror. Lo aprendí al no hacer ni puto caso escuchar a mi madre con 14 años (Katixa, eso no te va a gustar) y metiéndome «El exorcista» entre pecho y espalda en tiempo récord. (En este punto del relato adorno mucho el sufrimiento que me produjo, le encanta). Luego insistí una vez más con Stephen King hasta que me dio por poner en marcha mi cerebro y resolver que no era lo mío. Él disfruta la anécdota porque ahora funciona con el mismo mecanismo: leerá lo contrario a lo que yo le diga que lea. La moraleja es que este río hay que medirlo con los pies: la única forma de construir un gusto lector -y crítico- es leyendo. DE TODO, señores, DE TODO. Lo que les apetezca, lo que les recomienden los colegas (si es que los colegas leen), lo que consigamos «venderles» los padres, lo que les pida el cuerpo. Y si es con barbas, Bukowski y si es con trenzas, Lolita. O acabarán sólo cazando Pokemon. Y entonces lloraremos por la chorrada esa de «aunque tú desearías que no».
Iba a decir algo pero creo que Daniel Pennac en «Como una novela» ya lo dejó bastante claro.
Me gustaMe gusta
15 excusas más para dejar de leer El País. Cada día me defrauda más. Muy interesante el punto de vista de tu entrada, que comparto. Gracias.
Me gustaMe gusta