El año pasado teníamos la excusa de que el 20 era bisiesto para ponerlo a parir con todos los hierros. En este 2021 nos hemos dado cuenta de que la resaca puede durar meses y el cabreo no hace más que eternizarse, como si nunca fuese a llegar ese analgésico maravilloso que alivie la cefalea descomunal. La diferencia no es únicamente esa: yo empecé el 21 superando al bicho y ahora no sé si lo tengo (no sé si fiarme del test, de los mocos, de la humedad relativa o de la madre que parió al pangolín). El caso es que empezamos el año con cierta esperanza y lo acabamos metidos hasta el corvejón en el caos y la mala leche. La putada es que la vida es eso que pasa mientras esperamos que todo se arregle, mientras esperamos que desaparezca el temita de nuestras conversaciones. Habrá que tomar la delantera y aparcar el móvil, elegir comentar un libro o darse más paseos por la orilla del río, no sé. Yo para el 22 es lo que quiero: sacudirme este pringue en la medida de lo posible. Los que se han ido en 2021 también me han regalado eso: el recordatorio constante de que hay que exprimir el presente, así, cada vez que me acuerdo de ellos repaso mensajes, llamadas, abrazos pendientes. Gracias, tíos. Se os echa de menos. Duele a ratos, pero vamos a por el año nuevo.
Foto cabecera: Santuario de San Miguel de Aralar (visitnavarra.es)
Desde esta media isla del Caribe, le deseo salud paz y prosperidad en este año que viene para usted y los suyos.
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¡Muchas gracias, igualmente!
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