A primera vista podría pensarse que he hecho sola los once días de fiera, pero eso es sólo chapa y pintura. No me caben las amigas, los familiares, los clientes-amigos, vecinas libreras y mi santo padre en este post. Hasta los Jijonencos han recogido paquetes de libros en la Baja Navarra. Descarto presentarme a la fiera del libro de Reykjavik no porque deba espartanarme en el clima, nooooo, sino porque sin todos vosotros no hay fiera que valga. Sé que estáis esperando el informe de daños, así que vamos allá: el libro estrella ha sido «Goethe en Dachau» de Nico Rost, porque es un librazo y porque he batido al mejor librero de ensayo de Navarra, D. Eduardo Irujo (Katakrak Liburuak), en el pique que nos montamos en Twitter. Con algo había que amenizar los once días de monzón. Yo vendí más ejemplares pero él vende los «Goethes» con insuperable elegancia. La venta de «Goethes» es natural en él. Cerveza apostada a un lado, incluso. Un espectáculo librero. La pregunta estrella de la «fiera», lanzada por un señor andaluz, no se ha referido a un título, sino a si la entrada de los WC de Pza. Castillo era «la boca del metro» de Pamplona. El premio a la mejor demanda se la ha llevado el señor que pidió el libro «Cómo hacer casas de paja». No porque sea extraño que haya un manual ad hoc, sino porque es alucinante que alguien quiera hacerse una casa de paja en semejante tierra de tifones. El premio a la solidaridad librera se reparte entre Katakrak, Librería Miriam y TROA-Universitaria, porque gracias a Germán, Eduardo, Miriam y Sara la librera pudo escaparse al baño y seguir siendo persona-humana. De entre todas las visitas (muchas con cafés, pastas, pintxos y demás avituallamiento) quiero destacar la de la amiga que vino a ayudar y acabó con la nariz pegada a un libro, primero dentro de la caseta y luego en un banco de la plaza. La culpable fue Ginzburg, creo. Me encanta que me ayude gente tan pirada por el papel escrito como yo misma. Fue muy bonito, Mar. Por último, confesaré que a la vigésimo quinta tormenta tuve que reprimir el deseo de hacer aquello que hice -hermana mía- en Girona el año pasado: ducharme en la lluvia reventando charcos. Y que le den a Saurón por el Monte del Destino. Para la próxima lo hago.
