Sé que no habéis dormido bien los últimos días esperando este momento. Por fin podéis aparcar la ansiedad y el estrés: tenemos reseña ganadora. Ahora no apaguéis el móvil o el PC y os larguéis, que os veo. El deborahdor Imanol Ollo Zapata es el ganador de este año con la reseña de un libro de cuya existencia no teníamos ni remota idea, pero que debe tener hasta película. Así que vamos a ir agradeciendo el fichaje de «Las manos de mi madre» (Amaren eskuak, 2006) de Karmele Jaio, porque tiene una pinta espectacular. La reseña de Imanol ha conseguido que nos interesemos por el libro y plantea una cuestión lectora que daría para un seminario entero, pero lo que más nos ha gustado de ella es la forma -esa única frase que utiliza- en la que dice pero no dice de qué va el libro. Bueno, y porque nos ha tocado a Julen, claro.
Felicidades/Zorionak, Imanol, tienes un vale de 20€ para gastar en la librería.
Las manos de mi madre, de Karmele Jaio, por Imanol Ollo Zapata.
A menudo me hago una pregunta para la que no tengo respuesta: ¿conviene afrontar una obra si de antemano se intuye que va a resultar dolorosa?, ¿hacerlo puede ayudar a cerrar heridas o tan solo las abre aún más y las hace más presentes? Si tuviera que responder ahora, justo después de leer Las manos de mi madre, diría que no, que es preferible esconderse debajo de la manta y esperar a que escampe. El tiempo que sea.
Karmele Jaio posee una sensibilidad aplastante y un conocimiento del comportamiento humano fuera de lo común, y gracias a ello su literatura siempre conecta con el lector. No hay escapatoria para él, la escritora llega donde quiera que se encuentre escondido y lo zarandea sin piedad. Su mundo literario me recuerda a menudo a un caserío: puede ser frío y transmitir soledad, pero también hacer de refugio o ser cálido como un fogón. Mi error fue pensar que estaba más lejos del fuego de lo que creía, y el fuego de las letras de Jaio me ha abrasado por dentro. La culpa es de aquel alemán, el más dañino de la historia. Lo digo pero no lo pienso, él solo puso su nombre. Lo admito ahora mientras me acuerdo de aquel día que mi padre decía no recordar quién era Julen Guerrero.
Este es un libro precioso, uno que no me deja dormir, que me gustaría no haber leído.
Foto cabecera: lagallaciencia.com