Lo primero que me viene a la cabeza es esa película que cuenta la última noche de verano de 1962 de un grupo de amigos antes de seguir con el resto de sus vidas por separado. Mi verano este año es una versión alargada de American Graffiti. (Huelga decir que sin Harrison Ford). Tener que despedirte de tu casa muy despacio tiene la ventaja de tomártelo con calma, poder organizarte y el inconveniente de sufrir un pequeño tormento dilatado cada vez que miras por la ventana, abres un armario o vacías un cajón. Llevo ya quince días haciendo la raqueta a las estanterías de forma descarada. Intento esquivar el momento de elegir unos veinte libros para llevarme a mi nueva casa, mucho más pequeña. Sé que allá donde voy estaré bien, y mis libros también, queden donde queden repartidos, pero seleccionar apenas dos docenas de títulos se me antoja más difícil que arrancarme yo misma una muela. Ese es solamente el volumen que ocupa mi tsundoku(*) y no renuncio a salvar aquellos a los que siempre vuelvo o simplemente necesito tener cerca de mí, aunque los leyera hace años. Llamadme fetichista, me da igual. Para mí es sencillo hacer limpieza de cualquier otro tipo de objeto (ropa, cacharros, incluso fotos) pero hay libros de los que no me he separado nunca. Acabo de decidir que primero separaré por géneros y luego por épocas antes de empezar esta selección antinatural. Lo que no resista una criba de la sección de tsundoku, irá para la librería. Prometo shelfie minimalista desde mi nueva casa. Cuando acabe el verano.

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(*) Tsundoku: aquí.

(**) Shelfie: foto de tu estantería con libros. (El inglés, que economiza mucho. Viene de Selfie, autorretrato y Shelf, estantería)