Manhattan-3No sé si terminaré pisando Nueva York. De momento empieza a tomar forma un delirio nocturno de la primavera pasada convertido en síndrome. Todavía está por ver que alcance la pasta, que consigamos canguros, que nos dejen entrar, que los tres calendarios laborales sean aprobados, que los planetas de alineen correctamente, en fin, que todos los factores de la coctelera esta que llamamos vida se agiten hasta diluirse homogéneamente. Nunca quise cruzar el charco, pero el póster de «Manhattan» que tengo tras la pantalla del ordenador ha debido de funcionar cual virus latente en mi retina hasta que se ha desencadenado cual tsunami. Ese póster tiene la historia de haber salido del Mercat de Sant Antoni, santuario infantil de quien suscribe, que los domingos de finales de los setenta albergaba nuestros intercambios de cromos «lo tengui, lo tengui, lo tengui, no lo tengui» y donde esta cercana señora se encargó de regalarme, unos veinte años después, la imagen de la película de Woody Allen. 

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No hablo de conexiones astrales, no, esto son simples devenires, y mientras espero a ver dónde me llevan disfruto con la idea de conseguirlo.

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