Resulta que hay vida más allá de Instagram. Lo he descubierto en las últimas 24h, no os creáis. No hubiera dicho yo que estaba enganchada al sitio ese pero echo de menos (voy a confesarlo todo) a Elvis, ese perro labrador sueco que ronca con ruedas de pepino en los ojos, o al jardinero australiano que deja las medianas niqueladas y delimita las arquetas con su cortabordes o a esa pareja de ingleses a quienes odiaba fuertemente por su jardín silvestre de amapolas al viento y que pronto empezará a cubrirse de nieblica de otoño. Estos eran country-no-sé-qué. Esa es otra, se fueron hace un día y no me acuerdo de la mitad de los nombres. Sucedió sin querer, claro, al llegar a casa del instituto como un miura subiendo Santo Domingo, con el móvil en una mano y la mochila en la otra. Al pisar el felpudo leí un aviso que parecía legítimo y pulsé donde no debía. Para cuando cerré la puerta de casa, puf. Ciao. Agur mis fotos de Getaria, de carrillericas, de mi difunta librería y del día en que terminé la quimio. Esas últimas duelen más pero sé que están en alguna nube, en algún servidor, en alguna placa de Matrix, da igual. Quizás vuelvan a mí, quizás no; a razón de lo que me escupió automáticamente el robot de ayuda de Meta debo de ser una gota en un océano de exiliados. Mira si hay vida más allá de Instagram que he desempolvado la cuenta de Twitter, he descubierto que Elvis el labrador tiene también perfil en Tik-Tok y he vuelto a escribir en este blog. Mucha vida.

P. D. Como dije por donde pude, no hagáis caso a mensajes que lleguen de mi parte en Instagram. Nos vemos por aquí, en TW o si queréis, en el canal de WhatsApp. Y tened cuidado ahí fuera.

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